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Homilía en la misa del Miércoles de Ceniza

HOMILÍA EN LA MISA DEL MIÉRCOLES DE CENIZA DE NUESTRO OBISPO MONS. GUSTAVO ZANCHETTA

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Prot. N. 08 / 14

Homilía en la misa del Miércoles de Ceniza

Catedral de San Ramón de la Nueva Orán, 5 de marzo de 2014

Textos bíblicos

  • Jo 2,12-18
  • Sal 50,3-4.5-6a.12-13.17
  • 2 Co 5,20-6,2
  • Mt 6,1-6.16-18

Queridos hermanos:

En este comienzo del sagrado tiempo de Cuaresma, quiero aprovechar la ocasión de presidir esta misa en el templo catedralicio para dirigirme a toda la comunidad diocesana de la Nueva Orán, a fin de expresarles los sentimientos y convicciones mediante los cuales les propongo, con toda humildad, caminemos como Diócesis este itinerario de conversión para celebrar la Pascua.

El Evangelio apenas proclamado desafía el corazón creyente a dar una respuesta madurada en la fe: No busquemos practicar la justicia delante de los hombres para ser vistos. Más bien, intentemos la autenticidad que nos pide el profeta Joel en la primera lectura: “Desgarren su corazón y no sus vestiduras, y vuelvan al Señor, su Dios, porque él es bondadoso y compasivo, lento para la ira y rico en fidelidad, y se arrepiente de sus amenazas”.

Para comprender el sentido penitencial de la Cuaresma hay que mirar serenamente hacia dónde vamos. Por eso este caminar eclesial hacia nuestra Pascua nos tiene que hacer vibrar interiormente recorriendo los mismos pasos de Jesús, teniendo “sus mismos sentimientos” (cfr. Flp 2,5). Es un tiempo de gracia que, si lo sabemos aprovechar, nos permitirá gustar el valor de adentrarnos en la propia miseria de nuestro pecado personal y social para arrepentirnos e iniciar el camino de la conversión del corazón creyente, aprendiendo que sólo con la gracia de Cristo – si nos dejamos “primerear en el amor” – es posible “que todo sea nuevo” (cfr. Ap 21,5)

En su mensaje para esta Cuaresma, titulado “Se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza” (cfr. 2 Co 8,9) el Santo Padre Francisco nos invita a dejarnos interpelar por la pobreza de Cristo, la cual nos enriquece. Y esto consiste “en el hecho que se hizo carne, cargó con nuestras debilidades y nuestros pecados, comunicándonos la misericordia infinita de Dios. La pobreza de Cristo es la mayor riqueza: la riqueza de Jesús es su confianza ilimitada en Dios Padre, es encomendarse a Él en todo momento, buscando siempre y solamente su voluntad y su gloria. Es rico como lo es un niño que se siente amado por sus padres y los ama, sin dudar ni un instante de su amor y su ternura”.

Me pregunto si seremos capaces de luchar por esa riqueza que a los ojos del mundo no tiene sentido. Y por ello la Cuaresma es un tiempo favorable para dar pasos audaces que nos hagan cambiar tantos puntos de vista equivocados, donde por acción u omisión dejamos de obrar según el querer de Dios dando paso al egoísmo, la insensibilidad por lo que sufren nuestros hermanos y la indiferencia social al preferir dejar que cada uno se arregle como pueda. En cambio, si la pobreza de Cristo nos interpela, esto es un signo de que algo estamos aprendiendo, y que mucho puede cambiar. En particular saber que solos no podemos, que para amar necesitamos sabernos amados, que para perdonar necesitamos sentirnos perdonados. Y para ello no hay otro camino que estrechar un vínculo personal con el Señor Jesús, pobre y crucificado, lejos de toda pretensión solitaria e intimista, pero con apertura de alma al percibirnos parte de un mismo cuerpo que quiere latir con un mismo ritmo vital: el de Cristo, “manso y humilde de corazón” (Mt 11,29). Por eso – tal como nos señala el Papa en su mensaje cuaresmal – “a imitación de nuestro Maestro, los cristianos estamos llamados a mirar las miserias de los hermanos, a tocarlas, a hacernos cargo de ellas y realizar obras concretas a fin de aliviarlas. La miseria no coincide con la pobreza; la miseria es la pobreza sin confianza, sin solidaridad, sin esperanza”.

Qué bueno será poner manos a la obra y “hacernos cargo de las miserias de nuestros hermanos”, sabiendo que ninguno de nosotros es mejor que los demás, y que hay cuestiones que hoy están llamando a la puerta de nuestra conciencia pidiendo ser atendidas, porque claman con la urgencia y el dolor de los que más sufren.

Hoy, Miércoles de Ceniza, quiero referirme puntualmente a una de las miserias de orden social que nos destruye como familia y que ha tomado ya la velocidad irreparable de la destrucción y la muerte: me refiero al drama de las drogas y el narcotráfico que tan cerca nos toca el corazón en nuestro territorio diocesano.

Resultan alarmantes los datos estadísticos, pero más terrible es percibir el dolor de tantas mamás y papás que lloran la pérdida de un hijo y que viven en la angustia de no saber cómo hacer para sacarlos de las adicciones.

No podemos negar que hay muchas instituciones y personas que hacen esfuerzos enormes para combatir este flagelo social y ayudar a quienes lo sufren. Es ciertamente un signo de esperanza, una luz en tanta oscuridad.

Pero es aberrante ver cómo también se comercia con la vida de otros impunemente y a la vista de todos, sin que los instrumentos legales con los que cuenta el Estado en sus distintos niveles de responsabilidad puedan ser efectivos en su accionar, sea en la prevención como en la resolución de este problema.

Y sirva como ejemplo una situación que todos podemos ver diariamente en uno de los controles fronterizos cercanos a la Ciudad de San Ramón de la Nueva Orán. Mientras muchos transeúntes deben detenerse para ser revisados – lo cual es correcto – a escasos cien metros del puesto de control se cargan y descargan enormes cantidades de bultos donde podría circular de todo: niños secuestrados, tráfico de órganos, drogas y, además, toda clase mercaderías que evaden impuestos.

Y lamentablemente este constituye el primer eslabón de una larga cadena de miserias. Después sigue el comercio con la vida, el desprecio por los inocentes, la hipocresía de las respuestas ya elaboradas y la peor de las consecuencias: la muerte.

No es necesario y menos oportuno generar ahora una polémica más. Personalmente no me interesa discutir sobre una realidad que lamentablemente se impone por los hechos. Es momento de actuar y con premura en función del bien común, más allá de nuestras diferencias, inclusive las religiosas. Por eso quiero proponer a la comunidad diocesana una iniciativa que puede ayudar solidariamente a tantas familias que sufren este drama de las drogas.

Durante esta Cuaresma voy a convocar a nuestras comunidades, a todos los organismos de comunión y agentes pastorales, para presentarles un proyecto a fin de concretar en todo el territorio diocesano Centros de contención, escucha y orientación para jóvenes con adicciones y sus familias. Para ello invito también a todas las personas e instituciones del cuerpo social y a los organismos del Estado que tengan voluntad de participar, a sumar esfuerzos para salvar el presente y el futuro de nuestra comunidad: Todos podemos ofrecer algo de nuestros talentos y experiencia de vida. Y muy especialmente quiero convocar a las personas mayores; a nuestros abuelos. Ellos, como padres experimentados, con su sabiduría acuñada en la lucha por formar un hogar, fogueados en los avatares de la vida, pueden ayudar a orientar a una sociedad tan carente de afecto, madurez y acompañamiento.

Así, hermanos míos, quiero proponerles la vivencia penitencial de la Cuaresma de este año. No es suficiente alzar la voz para denunciar lo que está mal sin ofrecer alternativas superadoras, comprometiéndonos personal y comunitariamente.

Sean entonces las cenizas que se impondrán en nuestras cabezas, como signo de conversión y penitencia, expresión de un compromiso fraterno y solidario como Iglesia servidora de los pobres, débiles y sufrientes.

Hagamos nuestra la invitación misionera del Papa Francisco al compromiso con nuestra realidad: “La misión en el corazón del pueblo no es una parte de mi vida, o un adorno que me puedo quitar, no es un apéndice o un momento más de la existencia. Es algo que yo no puedo arrancar de mi ser  si no quiero destruirme. Yo soy una misión en esta tierra, y para eso estoy en este mundo. Hay que reconocerse a sí mismo como marcado a fuego por esa misión de iluminar, bendecir, vivificar, levantar, sanar, liberar” (EG 273).

Sólo marcados a fuego por esta misión, a la que Jesús nos envía con su propio estilo, tendrán sentido esos tres pilares que el Evangelio que acabamos de proclamar nos señala como camino de conversión: el ayuno, la oración y la limosna para agradar al Padre “que ve en lo secreto”. Él ciertamente nos recompensará, pero no porque hayamos hecho el bien – lo cual es nuestra obligación – sino porque hayamos aprendido a ocupar nuestro lugar en la historia: el de los “simples servidores” (Lc 17,10).

  + Gustavo Oscar Zanchetta

Obispo de la Nueva Orán

Carta a la comunidad Diocesana

Carta de nuestro Obispo Mons. Gustavo Oscar Zanchetta a la comunidad diocesana anunciando la construcción del Seminario Diocesano Beato Juan XXIII

Prot. N. 06 / 14

San Ramón de la Nueva Orán, 28 de febrero de 2014

A la comunidad diocesana de la Nueva Orán

Queridos hermanos:

La celebración del acolitado de tres de nuestros seminaristas como así también el inicio del año lectivo en el Seminario Beato Juan XIII me parece la ocasión propicia para comunicarles una decisión madurada en la oración desde hace tiempo y confirmada en mi reciente visita al Santo Padre Francisco.

El Seminario ciertamente es el “corazón de la diócesis”, es el ámbito eclesial de discernimiento, maduración y formación de los futuros sacerdotes, quienes asumirán la responsabilidad de cuidar pastoralmente esta porción del pueblo de Dios que peregrina en la Nueva Orán.

Mi querido predecesor, Mons. Marcelo Daniel Colombo, tuvo la lucidez y la audacia de fundar el Seminario Diocesano, interpretando que se había llegado a un tiempo prudente de maduración eclesial para decidir la certera conveniencia de que al menos, en la etapa inicial, la formación sacerdotal de nuestros muchachos se lleve a cabo en nuestra diócesis.

Así fue como dos años atrás un grupo de jóvenes entusiastas inició, de la mano del P. Martín Alarcón como rector y de tantos sacerdotes y laicos que asumieron este desafío, la experiencia formativa en la Nueva Orán sentando bases sólidas en pos de conformar el futuro presbiterio de nuestra Iglesia particular.

Nuestro Dios, bueno y providente, no hizo faltar vocaciones y así es como al día de hoy tenemos un seminarista a punto de ordenarse diácono, cuatro jóvenes que han ingresado al curso introductorio, ocho seminaristas en la etapa de filosofía y seis más realizando la formación teológica en la arquidiócesis de Tucumán que generosamente nos abrió las puertas de su seminario.

Esta realidad que nos llena de alegría y la perspectiva que se plantea para los años venideros hizo madurar en mí la necesidad de dar un paso más consolidando lo que ya se ha hecho en estos años.

Por eso, interpretando el sentir de muchos y después de haber escuchado la opinión y el consejo de nuestro Papa Francisco quiero anunciarles la decisión de construir el Seminario Diocesano en los terrenos de nuestra Curia Diocesana en la ciudad de San Ramón de la Nueva Orán. El 27 de abril, Domingo de la Divina Misericordia y fecha elegida por el Santo Padre Francisco para canonizar al Beato Juan XXIII, patrono de nuestro seminario, será colocada la piedra fundamental del nuevo edificio y daremos inicio a las obras.

Convoco entonces a toda la comunidad diocesana a colaborar con este proyecto que nos desafía y compromete porque estamos sentando los cimientos del futuro de la diócesis. Por ello no dejemos de rezar por estos jóvenes, por los que el Señor enviará, y particularmente por la vida de nuestra querida Diócesis de la Nueva Orán que espera que sus sacerdotes tengan “olor a oveja” y pasión por dar la vida.

Los abrazo y bendigo,

  + Gustavo Oscar Zanchetta

Obispo de la Nueva Orán

Para leer descargar la carta hacer clic en el vínculo Prot 06-2014

Acolitado de los seminaristas: Marcelo, Luis y Carlos

HOMILÍA EN LA MISA DEL ACOLITADO DE LOS SEMINARISTAS: MARCELO HERMIDA, LUIS GOMEZ Y CARLOS SUBELZA DSC_0027 Prot. N. 05 / 14

HOMILIA EN LA MISA DE INSTITUCION COMO ACOLITOS

DE LOS SEMINARISTAS CARLOS SUBELZA, MARCELO HERMIDA Y LUIS GOMEZ

 Parroquia “San Antonio de Padua”, en San Ramón de la Nueva Orán

 28 de febrero de 2014

Textos Bíblicos:

  • Hch. 10,34a. 37-43
  • Sal. 22,1-6
  • Jn 6,51-59

Queridos hermanos:

Acabamos de escuchar con atención la palabra de Dios proclamada en esta misa vespertina que nos reúne como Iglesia particular de la Nueva Orán.

Como oyentes de la Palabra, sabiendo que en ella encontramos vida y plenitud, estamos aquí con el corazón abierto y orante para compartir la institución del ministerio del acolitado de nuestros seminaristas Carlos Subelza, Marcelo Hermida y Luis Gómez. Bienvenidos todos, especialmente sus familias y hermanos en la fe de sus comunidades de procedencia: “San Jorge” de Pichanal y “San Ramón Nonato” de Tartagal.

Al introducirnos en el misterio que celebramos, el libro de los Hechos de los Apóstoles, de donde hemos tomado la primera lectura, pone de relieve el testimonio personal de lo que el apóstol Pedro llega a expresar como una convicción fundamental al hablar de Cristo: “El pasó haciendo el bien y sanando a todos los que habían caído en poder del demonio, porque Dios estaba con El…..y nosotros somos testigos de todo lo que hizo en el país de los judíos y en Jerusalén”. Pedro comparte así “lo que le quema por dentro” cuando se refiere al Maestro que lo llamó y lo eligió para compartir su suerte. El apóstol expresa en pocas palabras que compartió personalmente su vida con el Hijo de Dios, en un vínculo que como siempre tuvo su iniciativa en el querer de Dios. Él es quien propone, invita y alienta a que lo sigamos hasta dar la vida….para que nuestro paso por este mundo no sea en vano sino como Jesús: “pasar haciendo el bien”.

En esta misa también estamos iniciando un nuevo año de actividades en el Seminario Diocesano Beato Juan XXIII, y por eso damos una fraterna bienvenida a los jóvenes que inician su formación seminarística en el curso introductorio y en la etapa de filosofía.

En este contexto me animo a decirles, queridos muchachos, sin ningún derecho a presumir, porque lo sigo aprendiendo junto a ustedes, que solamente un vínculo personal con Jesucristo pobre y crucificado – en la expresión de San Francisco de Asís – puede hacer posible que tome identidad ese llamado recibido para dar la vida como pastores del santo pueblo fiel de Dios. Porque nosotros también somos testigos de cuanto obra y ha obrado en nuestra historia Aquel que nos ha llamado a la vida sacerdotal aún, a pesar de nuestros límites y debilidades. Sí hermanos,  si hay algo que hoy quisiéramos expresar los sacerdotes aquí presentes como un testimonio personal es que no nos alcanzará la vida para darle gracias al Señor por habernos llamado a su servicio, el cual se expresa, se nutre y se hace pleno en el misterio del Amor ofrecido por Cristo en la Eucaristía, y que la Iglesia celebra en vigilante espera hasta que Él vuelva.

Hoy queremos valorar y agradecer la posibilidad de contar con nuestro propio seminario en la diócesis para realizar la etapa introductoria y los primeros años de formación filosófica. Y para ello tenemos muy presente el pensar de los obispos latinoamericanos plasmado en el Documento de Aparecida: “El tiempo de la primera formación es una etapa donde los futuros presbíteros comparten la vida a ejemplo de la comunidad apostólica en torno a Cristo Resucitado: oran juntos, celebran una misma liturgia que culmina en la Eucaristía, a partir de la Palabra de Dios reciben las enseñanzas que van iluminando su mente y moldeando su corazón para el ejercicio de la caridad fraterna y de la justicia, prestan servicios pastorales periódicamente a diversas comunidades, preparándose así para vivir una sólida espiritualidad de comunión con Cristo Pastor y docilidad a la acción del Espíritu, convirtiéndose en signo personal y atractivo de Cristo en el mundo, según el camino de santidad propio del ministerio sacerdotal” (DA 316).

En este caminar de la formación sacerdotal el paso que están dando hoy Carlos, Marcelo y Luis, resulta muy significativo a la luz de lo que el evangelio nos presenta: “el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo”.

Queridos muchachos, este servicio del acolitado mediante el cual son instituidos como ministros ordinarios de la comunión y servidores del altar los acerca cada vez más al centro de su vocación sacerdotal. Falta muy poco para que se concrete ese sueño que los ha movilizado interiormente todos estos años. Porque es el mismo Cristo quien hoy los está invitando a consagrar su vida definitivamente al servicio de su proyecto: para que a través de ustedes Él se haga carne para dar vida a sus hermanos.

Por otra parte, el evangelista Juan hace presente reiteradas veces el vínculo misterioso que nos une con el Señor a través de este sacramento admirable, la Eucaristía: “el que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y Yo en él”. Que desafío hermanos!! Estamos considerando ni más ni menos que donar toda nuestra existencia al proyecto del Reino de Dios, para que a través de nuestro humilde ministerio el pueblo fiel pueda “permanecer” en Él y por Él, especialmente los que se sienten más lejos, los excluidos, los de las periferias existenciales de nuestro tiempo. Por eso el Concilio Vaticano II nos trazó un derrotero eclesial que no podemos resignar, en particular los ministros sagrados: “Cristo fue enviado por el Padre a evangelizar a los pobres y levantar a los oprimidos, para buscar y salvar lo que estaba perdido; así también la Iglesia abraza con su amor a todos los afligidos por la debilidad humana; más aún, reconoce en los pobres y en los que sufren la imagen de su Fundador pobre y paciente, se esfuerza en remediar sus necesidades y procura servir en ellos a Cristo” (LG 8).

Queridos seminaristas de la Nueva Orán, queremos alentarlos a entusiasmarse cada vez más por la persona de Cristo y a dejarse moldear por su Pueblo Santo en el crisol del servicio hasta la humillación.

Con las palabras del Santo Padre Francisco los invito a que se dejen “primerear” por el amor del pueblo y se comprometan en la misión que nos ha confiado: “Para ser evangelizadores de alma también hace falta desarrollar el gusto espiritual de estar cerca de la vida de la gente, hasta el punto de descubrir que eso es fuente de un gozo superior. La misión es una pasión por Jesús pero, al mismo tiempo, una pasión por su pueblo. Cuando nos detenemos ante Jesús crucificado, reconocemos todo su amor que nos dignifica y nos sostiene, pero allí mismo, si no somos ciegos, empezamos a percibir que esa mirada de Jesús se amplía y se dirige llena de cariño y de ardor hacia todo su pueblo. Así redescubrimos que El nos quiere tomar como instrumentos para llegar cada vez más cerca de su pueblo amado. Nos toma de en medio del pueblo y nos envía al pueblo, de tal modo que nuestra identidad no se entiende sin esa pertenencia” (EG 268).

+ Gustavo Oscar Zanchetta

Obispo de la Nueva Orán

Para descargar la homilía hacer clic en el vinculo Prot 05-2014 Homilía

Carta del Obispo Diocesano a los sacerdotes de la Nueva Orán

Marcelo Luis y Carlos

Carta del Obispo Diocesano a los sacerdotes de la Nueva Orán

 

Hacer clic en el vínculo para leer la carta Prot 04-2014

Instituto Superior de Formación Docente «Mons. Muguerza»

P1010565El Obispo Diocesano de la Nueva Orán, Mons. Gustavo Oscar Zanchetta ha presentado la oficialización de la Carrera de Ciencias Religiosas con Orientación en Filosofía del Instituto Superior de Formación Docente «Mons. Muguerza».

Texto de la presentación en la oficialización del profesorado de ciencias religiosas con orientación en filosofía del instituto superior de formación docente “Mons. Muguerza”

Reconocimiento oficial de la carrera de Ciencias Religiosas

Inst Muguerza

Reconocimiento oficial de la carrera de Ciencias Religiosas

con Orientación en Filosofía del Instituto Superior de Formación Docente

“Mons. Muguerza” del Obispado de la Nueva Orán

A continuación la carta de nuestro obispo, Mons. Gustavo Oscar Zanchetta, dirigida a toda la comunidad diocesana comunicando la noticia: Prot. N. 0114 Oficialización de la carrera de Ciencias Religiosas en la Diócesis

SALUDO DEL OBISPO A LA DIÓCESIS, DESDE ROMA

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SALUDO DEL OBISPO A LA DIÓCESIS DE LA NUEVA ORAN DESDE ROMA

 Roma, 15 de enero de 2014

Queridos hermanos:

Desde esta hermosa ciudad quiero llegar a ustedes para saludarlos y contarles algo de lo mucho y sentidamente vivido en esta visita al Santo Padre Francisco. Hemos podido compartir muchos momentos juntos, concelebrar la eucaristía, cenar varias veces y particularmente conversar sobre la vida de la Iglesia y de nuestra querida diócesis. El Papa ha sido muy generoso con su tiempo lo cual ciertamente es un regalo inmerecido y un testimonio de vida que vale la pena seguir.

La emoción ha sido muy grande al volver a abrazarlo en persona. La última vez que nos vimos fue en el mes de febrero en Buenos Aires, dos días antes de que viajara para el Cónclave…..y no volvió a nuestras tierras…..Dios tenía otros planes para él y también para nosotros. Recuerdo que en aquella oportunidad le dije que si Dios a través de los demás cardenales le llegaba a pedir servir a la Iglesia como “el menor de los hermanos” no tuviera dudas en aceptar…..y así fue. Ustedes saben que me une al Santo Padre un vínculo de afecto muy fuerte que viene de muchos años por lo cual volver a vernos ha sido realmente una gracia y la ocasión de seguir aprendiendo de él a ser discípulo para poder ser pastor.

Quiero que sepan que le he transmitido los saludos de todos, que le entregué personalmente todas las cartas que me dieron y que le aseguré nuestra oración diaria por su vida y ministerio. En particular me detuve en una carta que me entregó la Señora Ramona en la última misa que presidí en la Catedral antes de viajar con un pedido de oración por su nietito llamado Francisco. El Papa me dijo que rezará para que se mejore y yo me comprometí también a hacer lo mismo…y los invito a sumarse porque es una situación delicada. Acompañemos todos a esta familia de nuestra comunidad!!!

Al compartirle al Santo Padre la vida de nuestra diócesis quise particularmente expresarle mi alegría y admiración por el servicio entregado y generoso de nuestros sacerdotes a quienes en estos meses he podido ir conociendo y visitarlos en sus comunidades. Le he contado al Papa Francisco sobre nuestros proyectos y que, aunque los sacerdotes son pocos para una extensión territorial tan grande y con tantos desafíos, los siento muy comprometidos con nuestra iglesia particular y especialmente los veo contentos en su servicio pastoral.

Vaya con estas líneas improvisadas desde el corazón mi gratitud a cada uno de nuestros curas por todo lo que están haciendo y mi deseo sincero de acompañarlos cercanamente y animarlos a que juntos vivamos la dulce alegría de evangelizar. Grácias queridos Padres!!!

Otro aspecto de nuestro diálogo han sido nuestros jóvenes seminaristas. He podido compartirle al Papa cómo va la vida de nuestros muchachos y los esfuerzos grandes que han hecho este año para formarse, no sólo en los estudios sino humana, pastoral y espiritualmente. Particularmente me detuve en lo que vivimos durante la misión llevada a cabo en La Unión en el mes de diciembre junto a las hermanas de la Fraternidad de Nuestra Señora del Sufragio quienes están a cargo de la parroquia. Además le entregué un porta retrato con la foto que nos sacamos para él. Se puso muy contento y me aseguró su oración para que sigamos adelante con nuestro proyecto formativo donde especialmente queremos comprometernos con la vida de los más pobres, débiles y sufrientes.

También le presenté algunos desafíos a nivel diocesano respecto al acompañamiento a las comunidades de los pueblos originarios, tan castigados por la ambición de los que se llevan por delante sus derechos no respetando la ley, destrozando nuestros montes e impidiéndoles vivir dignamente. Lo mismo acerca de las enormes dificultades que tenemos por el aumento de la pobreza, la conflictividad social y los desbordes que en varios casos terminaron con saqueos, robos y violencia. Y además le conté acerca de los sufrimientos en las comunidades de Embarcación y últimamente en Padre Lozano por los fuertes temporales de viento y lluvia.

El Santo Padre se siente muy cerca de nosotros y conoce bien la realidad que vivimos. Por eso ha sido para mí un verdadero consuelo poder compartirle estas cosas y pedirle humildemente su consejo para lo que se refiere a la responsabilidad que me confió como obispo.

En fin, pude decirle a corazón abierto que me siento muy feliz de haber sido enviado entre ustedes. Dejé mucho al partir de la diócesis de Quilmes donde entregué casi 22 años de vida sacerdotal. Pero mucho más es lo que gané sin mérito alguno…..por eso en la distancia vaya mi abrazo agradecido a mi querida diócesis de la Nueva Orán por haberme abierto tantas puertas que en la fe son signos patentes del amor de Dios a través de su pueblo fiel.

Les adjunto algunas fotografías de la última audiencia pública en la Plaza de San Pedro donde el Papa Francisco está desarrollando todas las semanas su catequesis sobre el bautismo. Ahí estuvimos con un grupo grande de argentinos de distintos rincones de nuestra patria. Verán también al futbolista Abel Balbo que vive en Italia desde hace 25 años con su familia. También estuvieron el Padre Andrés Buttu quien está de visita en su diócesis de origen en Cerdeña y que llegó hasta Roma para poder ver al Santo Padre junto con su prima Marieta y el Padre Totoni. Además verán fotografías de un grupo de amigos míos de muchos años de la arquidiócesis de Udine en el norte de Italia. Son dos sacerdotes cuyas parroquias he visitado muchas veces y un grupo de chicos de las comunidades que aprovechando mi visita vinieron también a Roma.

Seguramente podrán percibir en estas fotos la alegría y la paz que transmite nuestro querido Francisco, como así también el clima que genera su cercanía y presencia.

Los abrazo y les transmito la bendición que el Papa les envía pidiéndoles simplemente que recen por mí. Hasta muy pronto hermanos míos…..y sepan que los extraño !!!

Su obispo,

+ Gustavo

MENSAJE DE NAVIDAD DE MONS. GUSTAVO ZANCHETTA

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La Unión, 20 de diciembre de 2013

“En adelante todas las generaciones me llamarán feliz, porque el Todopoderoso ha hecho en mí grandes cosas” (Lc 1,48-49)

 

Mis queridos hermanos:

Con estas palabras el texto sagrado nos trae la frescura de María, mujer fiel y madre del Salvador, expresando el motivo de su felicidad, aquello que la quema de gozo por dentro. Aunque poco sabe acerca de cómo será confía en el Angel que le anuncia una verdad: “no hay nada imposible para Dios” (Lc 1, 37).

Les escribo desde La Unión donde estamos culminando con nuestros seminaristas una semana de misión en este rincón tan querido de nuestro Chaco salteño. Y lo hago con una alegría inmensa por lo que vamos viviendo con la gente del pueblo, con las comunidades originarias, con las Hermanas Patricia, Marilena y María junto al P. Jorge Tomé. Como siempre nuestro pueblo fiel nos va formando según el querer de Dios y por eso valoro tanto que nuestros 17 seminaristas tengan esta hermosa oportunidad para moldear su corazón de pastores al ritmo de nuestra gente.

Al mismo tiempo quiero compartirles que me siento muy a gusto por el testimonio de nuestros jóvenes porque los veo entusiastas y servidores, atentos a escuchar y con un tesoro de caridad pastoral que ofrecen con mucho amor y alegría. Es muy edificante para mí compartir estos días con ellos y con las comunidades porque me están enseñando a ser obispo. Bendito sea Dios !

Desde lo vivido en esta semana siento vivamente que celebrar el nacimiento del Señor, por una parte nos lleva a resignificar su primera venida, el hacerse carne y “habitar en nosotros” (Jn 1,14), el haber querido nacer en la exclusión y la marginalidad porque “no había lugar para ellos en el albergue” (Lc 2,7). Pero también es esperar que vuelva como prometió, teniendo la certeza en la fe de que sus palabras se cumplen en hechos que alientan y consuelan: “Yo estoy con ustedes hasta el fin del mundo” (Mt 28,20).

Para esta Navidad quiero acercarme a cada uno de ustedes, a cada hogar, y especialmente a quienes se sienten tristes, solos, enfermos, abandonados, para invitarlos a contemplar al Dios viviente que nos trae la mejor de las noticias: “vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré” (Mt 11, 28).

A su vez – como le sucedió a María – podremos “ser felices” si reconocemos con sencillez que también en nosotros Dios ha hecho grandes cosas. Ese es un distintivo del corazón creyente y orante; saber encontrar al Dios oculto cuando se aprende a buscar.

La felicidad no es sin más sinónimo de alegría. No hay gozo más grande que el de una madre cuando da a luz una nueva vida… aunque le duele hasta las lágrimas sabe que vale la pena !!

Esa felicidad sólo brota de una vida convertida en ofrenda y don para los demás, al reconocer que la vida de Jesús le da sentido a la nuestra. Y por eso celebrar la Navidad no tiene que ir de la mano de la mundanidad que es capaz de confundirnos en la búsqueda de las alegrías verdaderas. Lo que celebramos es el nacimiento de una vida nueva para todos a través de Aquel que vino “para iluminar a los que están en las tinieblas y en la sombra de la muerte, y guiar nuestros pasos por el camino de la paz” (Lc 1,79).

El Papa Francisco nos insiste particularmente en que seamos una “Iglesia en salida”, que no se quede quieta mirándose a sí misma, y nos advierte: “…prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades. No quiero una Iglesia preocupada por ser el centro y que termine clausurada en una maraña de obsesiones y procedimientos. Si algo debe inquietarnos santamente y preocupar nuestra conciencia, es que tantos hermanos nuestros vivan sin la fuerza, la luz y el consuelo de la amistad con Jesucristo, sin una comunidad de fe que los contenga, sin un horizonte de sentido y de vida. Más que el temor a equivocarnos, espero que nos mueva el temor a encerrarnos en las estructuras que nos dan una falsa contención, en las normas que nos vuelven jueces implacables, en las costumbres donde nos sentimos tranquilos, mientras afuera hay una multitud hambrienta y Jesús nos repite sin cansarse: ¡Denles ustedes de comer! (Mc 6,37)” (Evangelii gaudium N° 49).

Hermanos, en estas últimas semanas hemos vivido como comunidad nacional hechos de violencia que nos atemorizan y duelen. Hago un firme llamado, no sólo a los católicos sino a todos los hombres y mujeres de buena voluntad para que no permitamos que los violentos impongan el ritmo del temor a una sociedad que está cansada de que la usen, se la lleven por delante, la hagan víctima del saqueo, y atropellen su derecho a vivir en paz.

Cuidemos la vida desde antes de nacer que es el mayor bien recibido. Honrémosla en los niños y en los ancianos, y muy especialmente en los pobres. Acompañemos al que está a nuestro lado para caminar juntos. Construyamos puentes que nos acerquen y acortemos distancias. Ese es mi deseo para esta Navidad. Así quiero vivirla poniendo el hombro en estos propósitos e invitándolos humildemente a hacer lo mismo.

Que en estos días sean muy felices hermanos míos. Les agradezco de corazón por cuanto bien me han prodigado en estos meses y por favor; recen y hagan rezar por mí.

A la Virgen Madre y al Niño Jesús les encomiendo la vida y las esperanzas de todos.

Los abrazo y bendigo fraternalmente,

+ Gustavo Oscar Zanchetta

Obispo de la Nueva Orán

HOMILÍA EN LA MISA DE ORDENACIÓN SACERDOTAL DEL DIÁCONO NÉSTOR VARAS

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San Ramón de la Nueva Orán, 9 de diciembre de 2013

Queridos hermanos:

Nos hemos reunido como Iglesia de la Nueva Orán en el templo catedralicio para celebrar esta solemne liturgia de la ordenación sacerdotal de nuestro Diácono Néstor Varas.

En nosotros vibra hondamente el sentirnos comunidad eclesial que camina siempre en salida para ir al encuentro del mundo que espera de todos el testimonio de los discípulos de Jesús, portadores de su palabra y de sus gestos que hacen nuevas todas las cosas.

Esa Palabra que la Iglesia proclama como fuente de vida y verdad hoy nos llega sentidamente en esta liturgia tocándonos el corazón porque es Jesús, el buen pastor que da su vida por las ovejas, quien nos da seguridad y consuelo: “Yo he venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia” (Jn 10,10).

Y esa vida que promete el Señor hoy se encarna en este hermano nuestro llamado a ser sacerdote para siempre, elegido de entre sus hermanos para ser padre y pastor del pueblo que sólo le pertenece a Dios y al cual por la ordenación estamos obligados a servir lavando sus pies, acercándole la Palabra de vida, ofreciendo el sacrificio eucarístico en la persona de Cristo, mirándolo con ojos de misericordia y perdonando en nombre de Dios, ungiéndolo con el óleo que salva y que hace nuevas todas las cosas, consolando cuando hay dolor y acompañando en el camino como hermano que alienta y que sostiene.

Estamos asistiendo hermanos a un momento trascendental en la vida de nuestra Iglesia particular. La ordenación de un sacerdote en el seno de nuestro presbiterio significa una aurora de esperanza porque nuestra comunidad espera con ansias que a través de sus pastores pueda ser guiada hacia donde está la Vida y la seguridad. Como bien nos enseña Jesús, las ovejas siguen al pastor porque escuchan su voz. “El las llama una por una y las saca fuera. Cuando ha sacado todas las suyas, va delante de ellas, y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz. Pero no seguirán a un extraño, sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños” (Jn 10,3-5).

Querido hermano, nunca seas un extraño para las ovejas que el Señor te confíe cuidar. Mostrate siempre cercano y disponible a escuchar, a prestar atención, a detenerte para fijarte lo que le pasa a quien tengas delante tuyo. No corras, caminá al mismo ritmo del pueblo, y estate seguro que no te vas a equivocar. Vas a ser llamado sencillamente “padre” y eso te tiene que llenar de alegría. Porque así nos ve nuestro pueblo fiel. Estamos llamados a hacer presente en el mundo la paternidad de Dios que genera siempre vida. Por eso a este pueblo que es tu familia hoy le entregas tu vida consagrándola a su servicio en nombre de Dios.

Le debes mucho a este pueblo, a tus seres más queridos, a tus amigos. Hoy todos los que nos sentimos cercanos a vos en la fe y en el cariño estamos felices. El ministerio sacerdotal no es una conquista personal, no es una carrera, no es un honor. Quien lo cree así se equivoca….y hace mucho daño. Por eso el Concilio Vaticano II en el decreto sobre el ministerio y la vida de los presbíteros nos invita a situarnos en la perspectiva del discípulo: “Como ministros que son de la palabra de Dios, diariamente leen y oyen esa misma palabra de Dios que deben enseñar a los otros; y si, al mismo tiempo, se esfuerzan por recibirla en sí mismos, se harán cada día discípulos más perfectos del Señor, según las palabras del apóstol San Pablo a Timoteo: Medita estas cosas, ocúpate de ellas, a fin de que tu aprovechamiento sea manifiesto a todos. Atiende a ti y a la enseñanza; pues, haciéndolo así, te salvarás a ti mismo y a los que te oyeren” (1Tim 4,15-16)[1].

Toda tu vida a partir de ahora tiene sentido en la íntima relación que tendrás con Cristo del cual serás ungido sacramento suyo. Y por ello el Concilio Vaticano II en el mismo decreto sobre la vida sacerdotal explica que “los presbíteros conseguirán la unidad de su vida uniéndose a Cristo en el conocimiento de la voluntad del Padre, y en el don de si  mismos por el rebaño que les ha sido confiado. Así, desempeñando el oficio de buen pastor, en el mismo ejercicio de la caridad pastoral hallarán el vínculo de la perfección sacerdotal, que reduzca a unidad su vida y acción. Esta caridad pastoral fluye ciertamente, sobre todo, del sacrificio eucarístico, que es, por ello, centro y raíz de toda la vida del presbítero, de suerte que el alma sacerdotal se esfuerce en reproducir en si misma lo que se hace en el ara sacrificial”[2].

El Beato Papa Juan Pablo II nos decía en la exhortación apostólica Pastores dabo vobis que “la vocación sacerdotal es esencialmente una llamada a la santidad, que nace del sacramento del Orden. La santidad es intimidad con Dios, es imitación de Cristo, pobre, casto, humilde; es amor sin reservas a las almas y donación a su verdadero bien; es amor a la Iglesia que es santa y nos quiere santos, porque ésta es la misión que Cristo le ha encomendado”[3].

Esa santidad y unidad de vida a la que somos llamados todos los bautizados son a partir de ahora la motivación profunda en tu seguimiento de Cristo para ofrecerte como pastor a este pueblo que te ha dado todo, que te ha acompañado en tus años de formación. No te olvides nunca de dónde venís….y a dónde vas. Tus manos consagradas con el crisma de la vida nueva se alzarán para consagrar el cuerpo y la sangre del Señor, para perdonar en su nombre los pecados de tus hermanos, para bendecir a su pueblo y abrazarlo especialmente en los pobres, débiles y sufrientes. Por eso el estilo pastoral al que sos llamado por la Iglesia bien lo expresan las palabras que los obispos latinoamericanos plasmaron en el Documento de Aparecida en el año 2007: “El presbítero, a imagen del Buen Pastor, está llamado a ser hombre de la misericordia y la compasión, cercano a su pueblo y servidor de todos, particularmente de los que sufren grandes necesidades. La caridad pastoral, fuente de la espiritualidad sacerdotal, anima y unifica su vida y ministerio. Consciente de sus limitaciones, valora la pastoral orgánica y se inserta con gusto en su presbiterio”[4].

Querido Néstor, no estas sólo en este camino. Todos nosotros como Iglesia viva que quiere salir al encuentro de la sociedad para evangelizar estamos aprendiendo con vos a ser fieles discípulos y misioneros. Aquí está el pueblo fiel de Dios, reunido con el obispo y su presbiterio al cual ingresas ahora como tu familia sacramental. Permitinos acompañarte, evitá la tentación de cortarte solo, déjate “primerear” por el amor del pueblo que va a moldear tu corazón de pastor.

Con las palabras del Papa Francisco en su reciente exhortación apostólica Evangelii gaudium, te propongo que vayamos juntos a experimentar la dulce y confortadora alegría de evangelizar:

“La comunidad evangelizadora experimenta que el Señor tomó la iniciativa, la ha primereado en el amor (cf. 1 Jn 4,10); y, por eso, ella sabe adelantarse, tomar la iniciativa sin miedo, salir al encuentro, buscar a los lejanos y llegar a los cruces de los caminos para invitar a los excluidos. Vive un deseo inagotable de brindar misericordia, fruto de haber experimentado la infinita misericordia del Padre y su fuerza difusiva. ¡Atrevámonos un poco más a primerear! Como consecuencia, la Iglesia sabe «involucrarse». Jesús lavó los pies a sus discípulos. El Señor se involucra e involucra a los suyos, poniéndose de rodillas ante los demás para lavarlos. Pero luego dice a los discípulos: «Serán felices si hacen esto» (Jn 13,17). La comunidad evangelizadora se mete con obras y gestos en la vida cotidiana de los demás, achica distancias, se abaja hasta la humillación si es necesario, y asume la vida humana, tocando la carne sufriente de Cristo en el pueblo. Los evangelizadores tienen así «olor a oveja» y éstas escuchan su voz”[5].

+GUSTAVO OSCAR ZANCHETTA

OBISPO DE LA NUEVA ORÁN


[1] PO 13.
[2] PO 14.
[3] PDV 33.
[4] DA 198.
[5] EG 24.