Noticias de la vida diocesana

HOMILÍA DE MONS. GUSTAVO ZANCHETTA

Prot. N. 27 / 13

 Homilía en la misa de la Jornada de Ayuno y Oración

Sábado 7 de diciembre de 2013

Queridos hermanos:

Reunidos en la víspera de la celebración de la Inmaculada Concepción de la Virgen María venimos a esta Iglesia Catedral – la casa de todos – a unirnos en la oración para pedirle al Señor de la historia que atienda nuestra súplica por una realidad que nos aflige y golpea: el drama de la droga y el narcotráfico.

La pureza de María, concebida sin pecado, y su docilidad al plan de Dios que la eligió y la predestinó a ser la Madre del Salvador esperado nos anima a buscar en nuestras propias vidas la pureza de costumbres, precisamente para que Dios encuentre también en nosotros donde habitar, donde nacer, donde vivir. Por eso el Adviento que celebramos litúrgicamente tiene sentido cuando nos dejamos interpelar y transformar por Aquel que viene a nosotros, aun sin que lo merezcamos. Como María, quien sencillamente se dejó “primerear” por Dios – como nos diría hoy el Papa Francisco – para que a través nuestro pueda “hacer grandes cosas”, como bien reconoce la Virgen cuando le canta a Dios su acción de gracias por lo que sucedió en ella (Lc 1,49).

También Dios se ha fijado en nosotros y para todos tiene un proyecto. Y nos sigue llamando a ser protagonistas de esta historia como discípulos y misioneros.

Hoy nos convoca un motivo muy especial. La Iglesia en Argentina ha sido invitada por sus pastores a una jornada de oración y ayuno porque nos duele y entristece la situación que vivimos como sociedad a causa del crecimiento del narcotráfico.

Como expresamos los obispos en nuestra declaración al concluir la 106° Asamblea Plenaria “nos conmueve acompañar a las madres y los padres que ya no saben qué hacer con sus hijos adictos, a quienes ven cada vez más cerca de la muerte”[1].

Ese dolor no puede dejarnos tranquilos en conciencia porque sería traicionar nuestra propia vocación de ser luz en el Señor. Por eso el Apóstol nos llama la atención al decirnos: “sepan discernir lo que agrada al Señor, y no participen de las obras estériles de las tinieblas, al contrario, pónganlas en evidencia” (Ef 4,10-11).

Hermanos, frente a esta situación que tanto afecta el territorio de nuestra diócesis y que se extiende rápidamente por toda nuestra querida Patria, no podemos mirar para otro lado. Por eso los obispos hemos señalado que “cuando este mal se instala en los barrios destruye las familias, siembra miedo y desconfianza entre los vecinos, aleja a los chicos y a los jóvenes de la escuela y el trabajo. Tarde o temprano algunos son captados como ayudantes del negocio. Hay gente que vende droga para subsistir, sin advertir el grave daño que se realiza al tejido social y a los pobres en particular” [2].

 “San Pablo nos enseña a tener horror por el mal y pasión por el bien (Rm 12,9). Por eso no debemos quedarnos solamente en señalar el mal. Alentamos en la esperanza a todos los que buscan una respuesta sin bajar los brazos:

 A las madres que se organizan para ayudar a sus hijos.

A los padres que reclaman justicia ante la muerte temprana.

A los amigos que no se cansan de estar cerca y de insistir sin desanimarse.

A los comunicadores que hacen visible esta problemática en la sociedad.

A los docentes que cotidianamente orientan y contienen a los jóvenes.

A los sacerdotes, consagradas, consagrados y laicos que en nuestras comunidades brindan espacios de dignidad humana.

A los miembros de las fuerzas de seguridad y funcionarios de otras estructuras del Estado que aún a riesgo de su vida no se desentienden de los que sufren.

A todos los que resisten la extorsión de las mafias” [3].

Como padre y pastor hago un llamado muy especial a toda la familia diocesana para que cada uno, desde su lugar, tengamos pasión por el bien común y comprometamos nuestro esfuerzo, sea en la oración como en la acción, para no dejarnos primerear por los personeros de la muerte que se están robando la vida de nuestros hijos y hermanos.

Asimismo, junto a mis hermanos obispos argentinos, los invito a que “no dejemos que nos roben la esperanza, ni que se la arrebaten a nuestros jóvenes. Cuidémonos los unos a los otros. Estemos particularmente cerca de los más frágiles y pequeños. Trabajemos por una cultura del encuentro y la solidaridad como base de una revolución moral que sostenga una vida más digna”[4].

Hermanos míos, no bajemos los brazos en señal de impotencia. Aunque estos desafíos nos desbordan, avivemos aquellas ganas de “hacer camino al andar”. Porque como nos recuerda el Apóstol “fuimos creados en Cristo Jesús, a fin de realizar aquellas buenas obras, que Dios preparó de antemano para que las practicáramos” (Ef. 2,10).

Y por eso el Papa Francisco hoy nos explica sencillamente dónde está nuestro lugar y lo que Dios espera de nosotros cuando señala que “a veces sentimos la tentación de ser cristianos manteniendo una prudente distancia de las llagas del Señor. Pero Jesús quiere que toquemos la miseria humana, que toquemos la carne sufriente de los demás. Espera que renunciemos a buscar esos cobertizos personales o comunitarios que nos permiten mantenernos a distancia del nudo de la tormenta humana, para que aceptemos de verdad entrar en contacto con la existencia concreta de los otros y conozcamos la fuerza de la ternura. Cuando lo hacemos, la vida siempre se nos complica maravillosamente y vivimos la intensa experiencia de ser pueblo, la experiencia de pertenecer a un pueblo” [5].

En esta hora que nos convoca nuestra irrenunciable vocación de servicio, aprovecho la ocasión de este encuentro fraterno en la Eucaristía que celebramos para orar juntos por la comunidad de la vecina ciudad de Embarcación que ha sufrido las consecuencias de una fuerte tormenta esta semana. Y siendo solidarios en el dolor y la oración confiada hagamos concreta nuestra cercanía con presencia, consuelo y ayuda material para tantas familias que lo han perdido todo.

Al mismo tiempo quiero dar gracias al Señor porque el largo conflicto de nuestros hermanos trabajadores municipales ha llegado a un final traducido en acuerdos concretos en el marco del diálogo y la comprensión. Grácias a todos los que se pusieron al hombro este desafío de buscar el bien común y de salvaguardar la vida, la paz y la justicia social de tantas familias que han pasado momentos de angustia y desconcierto.

Que María, estrella de la evangelización, a quien honramos en su pura y limpia concepción, nos anime a ser fieles a nuestra vocación de simples servidores (Lc. 17,10)

 + GUSTAVO OSCAR ZANCHETTA

OBISPO DE LA NUEVA ORÁN


[1] Declaración de la CEA El drama de la droga y el narcotráfico, Pilar, 7 de noviembre de 2013, N° 1

[2] Declaración de la CEA El drama de la droga y el narcotráfico, Pilar, 7 de noviembre de 2013, N° 3

[3] Declaración de la CEA El drama de la droga y el narcotráfico, Pilar, 7 de noviembre de 2013, N° 9.

[4] Declaración de la CEA El drama de la droga y el narcotráfico, Pilar, 7 de noviembre de 2013, N° 13.

[5] Papa Francisco, Exhortación apostólica Evangellii gaudium, N° 270.

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