Noticias de la vida diocesana

HOMILÍA EN LA MISA DE ORDENACIÓN SACERDOTAL DEL DIÁCONO NÉSTOR VARAS

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San Ramón de la Nueva Orán, 9 de diciembre de 2013

Queridos hermanos:

Nos hemos reunido como Iglesia de la Nueva Orán en el templo catedralicio para celebrar esta solemne liturgia de la ordenación sacerdotal de nuestro Diácono Néstor Varas.

En nosotros vibra hondamente el sentirnos comunidad eclesial que camina siempre en salida para ir al encuentro del mundo que espera de todos el testimonio de los discípulos de Jesús, portadores de su palabra y de sus gestos que hacen nuevas todas las cosas.

Esa Palabra que la Iglesia proclama como fuente de vida y verdad hoy nos llega sentidamente en esta liturgia tocándonos el corazón porque es Jesús, el buen pastor que da su vida por las ovejas, quien nos da seguridad y consuelo: “Yo he venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia” (Jn 10,10).

Y esa vida que promete el Señor hoy se encarna en este hermano nuestro llamado a ser sacerdote para siempre, elegido de entre sus hermanos para ser padre y pastor del pueblo que sólo le pertenece a Dios y al cual por la ordenación estamos obligados a servir lavando sus pies, acercándole la Palabra de vida, ofreciendo el sacrificio eucarístico en la persona de Cristo, mirándolo con ojos de misericordia y perdonando en nombre de Dios, ungiéndolo con el óleo que salva y que hace nuevas todas las cosas, consolando cuando hay dolor y acompañando en el camino como hermano que alienta y que sostiene.

Estamos asistiendo hermanos a un momento trascendental en la vida de nuestra Iglesia particular. La ordenación de un sacerdote en el seno de nuestro presbiterio significa una aurora de esperanza porque nuestra comunidad espera con ansias que a través de sus pastores pueda ser guiada hacia donde está la Vida y la seguridad. Como bien nos enseña Jesús, las ovejas siguen al pastor porque escuchan su voz. “El las llama una por una y las saca fuera. Cuando ha sacado todas las suyas, va delante de ellas, y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz. Pero no seguirán a un extraño, sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños” (Jn 10,3-5).

Querido hermano, nunca seas un extraño para las ovejas que el Señor te confíe cuidar. Mostrate siempre cercano y disponible a escuchar, a prestar atención, a detenerte para fijarte lo que le pasa a quien tengas delante tuyo. No corras, caminá al mismo ritmo del pueblo, y estate seguro que no te vas a equivocar. Vas a ser llamado sencillamente “padre” y eso te tiene que llenar de alegría. Porque así nos ve nuestro pueblo fiel. Estamos llamados a hacer presente en el mundo la paternidad de Dios que genera siempre vida. Por eso a este pueblo que es tu familia hoy le entregas tu vida consagrándola a su servicio en nombre de Dios.

Le debes mucho a este pueblo, a tus seres más queridos, a tus amigos. Hoy todos los que nos sentimos cercanos a vos en la fe y en el cariño estamos felices. El ministerio sacerdotal no es una conquista personal, no es una carrera, no es un honor. Quien lo cree así se equivoca….y hace mucho daño. Por eso el Concilio Vaticano II en el decreto sobre el ministerio y la vida de los presbíteros nos invita a situarnos en la perspectiva del discípulo: “Como ministros que son de la palabra de Dios, diariamente leen y oyen esa misma palabra de Dios que deben enseñar a los otros; y si, al mismo tiempo, se esfuerzan por recibirla en sí mismos, se harán cada día discípulos más perfectos del Señor, según las palabras del apóstol San Pablo a Timoteo: Medita estas cosas, ocúpate de ellas, a fin de que tu aprovechamiento sea manifiesto a todos. Atiende a ti y a la enseñanza; pues, haciéndolo así, te salvarás a ti mismo y a los que te oyeren” (1Tim 4,15-16)[1].

Toda tu vida a partir de ahora tiene sentido en la íntima relación que tendrás con Cristo del cual serás ungido sacramento suyo. Y por ello el Concilio Vaticano II en el mismo decreto sobre la vida sacerdotal explica que “los presbíteros conseguirán la unidad de su vida uniéndose a Cristo en el conocimiento de la voluntad del Padre, y en el don de si  mismos por el rebaño que les ha sido confiado. Así, desempeñando el oficio de buen pastor, en el mismo ejercicio de la caridad pastoral hallarán el vínculo de la perfección sacerdotal, que reduzca a unidad su vida y acción. Esta caridad pastoral fluye ciertamente, sobre todo, del sacrificio eucarístico, que es, por ello, centro y raíz de toda la vida del presbítero, de suerte que el alma sacerdotal se esfuerce en reproducir en si misma lo que se hace en el ara sacrificial”[2].

El Beato Papa Juan Pablo II nos decía en la exhortación apostólica Pastores dabo vobis que “la vocación sacerdotal es esencialmente una llamada a la santidad, que nace del sacramento del Orden. La santidad es intimidad con Dios, es imitación de Cristo, pobre, casto, humilde; es amor sin reservas a las almas y donación a su verdadero bien; es amor a la Iglesia que es santa y nos quiere santos, porque ésta es la misión que Cristo le ha encomendado”[3].

Esa santidad y unidad de vida a la que somos llamados todos los bautizados son a partir de ahora la motivación profunda en tu seguimiento de Cristo para ofrecerte como pastor a este pueblo que te ha dado todo, que te ha acompañado en tus años de formación. No te olvides nunca de dónde venís….y a dónde vas. Tus manos consagradas con el crisma de la vida nueva se alzarán para consagrar el cuerpo y la sangre del Señor, para perdonar en su nombre los pecados de tus hermanos, para bendecir a su pueblo y abrazarlo especialmente en los pobres, débiles y sufrientes. Por eso el estilo pastoral al que sos llamado por la Iglesia bien lo expresan las palabras que los obispos latinoamericanos plasmaron en el Documento de Aparecida en el año 2007: “El presbítero, a imagen del Buen Pastor, está llamado a ser hombre de la misericordia y la compasión, cercano a su pueblo y servidor de todos, particularmente de los que sufren grandes necesidades. La caridad pastoral, fuente de la espiritualidad sacerdotal, anima y unifica su vida y ministerio. Consciente de sus limitaciones, valora la pastoral orgánica y se inserta con gusto en su presbiterio”[4].

Querido Néstor, no estas sólo en este camino. Todos nosotros como Iglesia viva que quiere salir al encuentro de la sociedad para evangelizar estamos aprendiendo con vos a ser fieles discípulos y misioneros. Aquí está el pueblo fiel de Dios, reunido con el obispo y su presbiterio al cual ingresas ahora como tu familia sacramental. Permitinos acompañarte, evitá la tentación de cortarte solo, déjate “primerear” por el amor del pueblo que va a moldear tu corazón de pastor.

Con las palabras del Papa Francisco en su reciente exhortación apostólica Evangelii gaudium, te propongo que vayamos juntos a experimentar la dulce y confortadora alegría de evangelizar:

“La comunidad evangelizadora experimenta que el Señor tomó la iniciativa, la ha primereado en el amor (cf. 1 Jn 4,10); y, por eso, ella sabe adelantarse, tomar la iniciativa sin miedo, salir al encuentro, buscar a los lejanos y llegar a los cruces de los caminos para invitar a los excluidos. Vive un deseo inagotable de brindar misericordia, fruto de haber experimentado la infinita misericordia del Padre y su fuerza difusiva. ¡Atrevámonos un poco más a primerear! Como consecuencia, la Iglesia sabe «involucrarse». Jesús lavó los pies a sus discípulos. El Señor se involucra e involucra a los suyos, poniéndose de rodillas ante los demás para lavarlos. Pero luego dice a los discípulos: «Serán felices si hacen esto» (Jn 13,17). La comunidad evangelizadora se mete con obras y gestos en la vida cotidiana de los demás, achica distancias, se abaja hasta la humillación si es necesario, y asume la vida humana, tocando la carne sufriente de Cristo en el pueblo. Los evangelizadores tienen así «olor a oveja» y éstas escuchan su voz”[5].

+GUSTAVO OSCAR ZANCHETTA

OBISPO DE LA NUEVA ORÁN


[1] PO 13.
[2] PO 14.
[3] PDV 33.
[4] DA 198.
[5] EG 24.

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